1931: Lo que el agua se llevó
Crónica de un evento excepcional
por Jorge Etchevarne
En la
primera semana de febrero de 1931 copiosas lluvias, por momentos torrenciales,
se precipitaron una y otra vez sobre toda la geografía cordobesa, anegando
caminos rurales, desbordando canales y derrumbando viviendas precarias.
En la
región serrana el agua caída escurrió por las laderas montañosas, alimentando
los cursos de los ríos y arroyos. Su destino, el lago San Roque. Allí, junto al
paredón, el encargado del dique medía, a cada hora, el nivel del embalse para
informar de inmediato a la Dirección de Riego sobre su variación.
Superada
la cota de 35 metros, los vertederos de la presa, reparados apenas semanas
antes, comenzaron a liberar el excedente acumulado, aumentando sensiblemente el
caudal del río Primero. El volumen incrementado de agua avanzó hacia la
capital, inundando las riberas en los sectores bajos de la ciudad.
Mientras
tanto en Villa Carlos Paz todo se veía tranquilo. El sábado 7 de febrero
amaneció lloviendo, tal como venía ocurriendo, sin interrupción, desde los días
anteriores.
Los
turistas y residentes ralentizaban sus actividades a la espera de un cambio
meteorológico que nunca parecía llegar. A media mañana la lluvia cesó y la
resignación dio paso al optimismo; algunos hasta imaginaron que podrían
disfrutar de un día de playa.
Cerca
de las once horas, acompañada por un sordo rumor semejante a truenos lejanos,
la creciente del San Antonio llegó al núcleo del pueblo precedida por un manto
de espuma. Los testigos de crecidas anteriores pronto se vieron sorprendidos
por la magnitud de esta.
Allí,
en el centro del río, como tantas otras veces, la esperaba impasible el viejo
puente, construido en la misma época en que se hizo el dique.
Su
estructura reticulada se componía de tres tramos independientes -por esta razón al lugar se lo denominaba
“Los Puentes”- asentada sobre pilares y
estribos de piedras extraídas de una cantera situada detrás del cerro donde se
encuentra actualmente el complejo Aerosilla.
El
tramo más largo, tendido sobre el cauce principal del río, medía 21 metros. Fue
en este sector donde el puente sufrió con mayor rigor el embate de las aguas,
sobre todo porque la correntada aumentó su velocidad por la centrifugación
generada en el recodo.
Progresivamente
la creciente fue incrementando su nivel, y cerca del mediodía alcanzó su pico
máximo. Entonces el puente desapareció bajo el torrente barroso que lo superaba
en más de un metro. Temibles remolinos se formaron en las inmediaciones debido
a la succión subacuática.
Las
aguas encrespadas arrastraban incalculable cantidad de restos vegetales,
maderas y otros desechos. Grandes troncos -cuando no árboles completos-
comenzaron a pujar contra la estructura metálica que trepidaba bajo la colosal
presión.
Los
restos acumulados pronto obstruyeron los pasos por donde debían correr las
aguas y el río desbordó por los laterales. El almacén de ramos generales de
Antonio Pagani, que era la construcción más próxima a la cabecera sur del
puente, se inundó rápidamente. La misma suerte corrió la casa del Rucho Paz
situada enfrente y otras construcciones levantadas sobre la margen izquierda
del río.
Los
turistas que pasaban sus vacaciones en la villa observaban incrédulos el evento
con una mezcla de temor y curiosidad. Todos se mantenían expectantes a la
espera del desenlace que presumían inminente e inevitable.
Dos
corresponsales del diario “Córdoba” que se dirigían hacia Cosquín para informar
sobre un accidente automovilístico, tuvieron la suerte de ser los primeros
cronistas que registraron en imagen y papel los acontecimientos que se iban
desarrollando.
Sus
impresiones fueron estas: “[…] Bajo una
lluvia con viento llegamos a Carlos Paz donde se nos informó que era imposible
continuar adelante por cuanto las lluvias habían provocado una gran crecida del
río San Antonio, sobrepasando las aguas el puente que lo cruza en las
inmediaciones de la población.
Ante esta noticia nos dirigimos al
puente mencionado, advirtiendo cuando llegábamos numerosos automóviles
detenidos en el camino, una gran cantidad de personas, en su mayoría
veraneantes de Carlos Paz cuya agitación indicaba que ocurría algo inusitado,
mientras señalaban hacia el río.
Apresuramos la marcha encontrándonos
al llegar a las márgenes del río con un espectáculo impresionante. El río
desbordado había llegado a una altura que sobrepasaba en más de un metro el
nivel del camino, golpeando furiosamente las aguas contra los basamentos de
mampostería, para caer al otro lado con fragoroso estrépito entre torbellinos
de espuma que coronaba el rebullir del oleaje.
La mayor parte de las barandas habían
desaparecido, arrastradas por la violencia de las aguas, y algunas casas del
otro lado del río estaban inundadas, mientras sus habitantes, refugiados en
partes más altas, contemplaban el impresionante cuadro.
Los espectadores comentaban lo que
ocurría, manifestándonos algunos, radicados de mucho tiempo atrás en el pueblo,
que la de hoy es la crecida del río más grande registrada hasta ahora.
La señora Margarita Avanzatto de Paz,
viuda del señor Carlos N. Paz, fundador del pueblo, nos expresó que
efectivamente esta es la más grande crecida del río. Las anteriores que
recordaba en ese momento, ocurridas en los años 1898 y 1915, a pesar de haber
tapado el puente, no fueron tan poderosas como la que presenciamos. El puente,
construido en piedra y cemento hidráulico, data más o menos del año 1880,
habiendo hasta ahora resistido todos los embates de las aguas.
Debido a que las aguas, creciendo
constantemente, cubrían completamente las construcciones, no se podían apreciar
las consecuencias de la creciente. Solo era posible ver, entre el rebullir de
las aguas, troncos de árboles y de vez en vez unas masas oscuras que algunos
suponían trozos del puente destrozado. Pero, como decimos, la importancia de
los destrozos no pudimos apreciarlos por impedirlo la enorme masa de agua que
lo cubría todo.
Como siempre, en todos los casos en
que algo extraordinario provoca la aglomeración de personas, no faltó la nota
pintoresca. Todo Carlos Paz se había dado cita a las márgenes del río. Hombres,
mujeres y niños iban y venían, ya sea llevando o trayendo las noticias, no
faltando las suposiciones más absurdas. No faltando quien dijera que pronto las
aguas del San Antonio, desbordando el dique San Roque, llegarían hasta Córdoba
[…]”.
Alrededor
de las trece horas, en medio de un estruendo, el puente cedió y la energía
acumulada fue liberada en una ola gigante. Aunque no se veía con claridad qué
había ocurrido, era de imaginarse. Dos horas después, las aguas comenzaron a
bajar y quedó expuesta la vapuleada estructura con su tramo faltante, cual
dentadura que ha perdido una pieza.
La
noticia de la caída del puente se divulgó con rapidez en la ciudad de Córdoba,
dando origen a todo tipo de versiones alarmantes. No faltaron quienes recordaron
la presunta inestabilidad del viejo dique, tantas veces cuestionado, y el
peligro que acarreaba para los habitantes de la capital la creciente
desmesurada de los ríos serranos.
Los
teléfonos de los hoteles estaban constantemente ocupados por los huéspedes que
informaban a sus familiares y amigos lo que estaba ocurriendo en la villa
veraniega, amén por quienes llamaban desde la ciudad para recabar las últimas
novedades.
Las
primeras fotografías del desastre fueron publicadas ese mismo día en la edición
vespertina del diario “Córdoba”.
Su
competidor “Los Principios”, ni lerdo ni perezoso, envió un cronista que
circunvoló el lugar en un biplano desde el cual realizó tomas aéreas que
aparecieron al día siguiente en la primera plana del diario.
A media
tarde llegaron al pueblo funcionarios provinciales, quienes tras evaluar los
daños, decidieron solicitar auxilio al Ejército. Al punto los jefes militares
dispusieron enviar a Carlos Paz un destacamento de zapadores pontoneros con el
fin de tender un puente de emergencia.
En la
villa se formó una “comisión de crisis” presidida por Adolfo Carena y los
vecinos más representativos con el fin de colaborar con las autoridades en lo
que hiciera falta.
El
señor Bentivoglio Bezzecchi, dueño del “Hotel Yolanda”, puso a disposición su
lancha particular para restablecer la conexión entre las dos orillas y atender
los casos de urgencia.
Para
salvar la incomunicación por carretera, el ministro de Obras Públicas de la
Nación, ingeniero Eduardo Huergo, autorizó la habilitación provisoria del
novísimo camino de Villa Allende a Cosquín por el Pan de Azúcar, que pronto
sería inaugurado por el presidente Uriburu.
Avanzada
la tarde, una gran cantidad de curiosos comenzaron a llegar a la villa desde
todas direcciones para ver la situación. La hilera de automóviles estacionados
en doble fila a los costados de la calle principal se extendía a lo largo de
varias cuadras. El ir y venir de personas era constante.
Hacia
las dieciocho horas el público en el lugar había aumentado de tal manera que
fue necesario montar una vigilancia policial para evitar que los más atrevidos
sufrieran algún accidente debido a su imprudencia por acercarse a las márgenes.
Así
llegó la noche y buena parte del pueblo quedó a oscuras ya que la creciente
había inundado la usina situada doscientos metros aguas arriba, dejándola fuera
de servicio. Por fortuna quedaba el generador de la familia Paz que proveía de
electricidad a los hoteles y algunas casas. El nivel del río había descendido
apreciablemente y no se escuchaban más sonidos que el rumor de las aguas que
corrían mansas y el croar de las ranas.
El
domingo 8 amaneció nublado pero no llovía. En los cuarteles de Córdoba, a hora
temprana, cincuenta conscriptos de la clase 1909 -a punto de recibir la baja- y
tres suboficiales, bajo las órdenes del teniente
Néstor
Arana Isella, pertenecientes a la Segunda Compañía del Cuarto Batallón de
Zapadores Pontoneros, fueron acomodados en camiones facilitados por las
direcciones de vialidad de la Nación y de la Provincia.
En
otros vehículos se cargaron los materiales necesarios para extender un puente
del tipo “Allgrain”, así como los elementos para el vivac de la tropa. El tramo
a colocar pesaba 24 toneladas y formaba parte de un lote que había sido
comprado recientemente en Inglaterra por el teniente coronel ingeniero Aníbal
Montes e incorporado al Batallón.
Una
vez alistados, los vehículos partieron presurosamente hacia Carlos Paz, pero al
llegar al sitio denominado “El Cajón”, el conductor de uno de los camiones, al
maniobrar para evitar una colisión frontal con otro vehículo que ascendía,
perdió el control del mismo en la peligrosa pendiente de la cuesta San Roque y
volcó espectacularmente, provocando heridas a varios conscriptos.
El
accidente movilizó a vecinos que Villa Carlos Paz que se acercaron a prestar
auxilio, trasladando a los heridos hasta la residencia del doctor Luis Damond,
donde recibieron la atención de los médicos Carranza, Arrigoni y Achával,
profesionales que tenían sus casas de veraneo en la villa.
Debido
a este percance la caravana llegó con retraso al pueblo. Una vez en el lugar se
les facilitó un terreno baldío próximo al puente destruido, donde acamparon.
Mientras algunos soldados levantaban las carpas destinadas al alojamiento de la
tropa, otros descargaron el material transportado para dar comienzo con los
trabajos.
Si
algunos de los innumerables curiosos se habían perdido el espectáculo de la
destrucción del puente, ahora tenían la fortuna de presenciar otro evento
inusual y por demás interesante.
En
poco tiempo los hombres de la compañía colocaron en posición las lanzaderas y
enseguida la proa del nuevo puente comenzó a extenderse
en el
vacío dejado por el anterior. Así, poco a poco, desplazándose sobre rodillos
especiales, la nueva estructura de 24 metros de largo avanzó desde el estribo
vacante hasta el pilar central.
Cuando
promediaba la labor llegó al lugar el teniente coronel Aníbal Montes, encargado
de supervisar los trabajos. La tarea se completó al atardecer con la nivelación
del piso de tablones y la colocación de rampas de acceso.
En
estas circunstancias se hizo presente el general de brigada Basilio Benito
Pertiné, comandante de la IV División de Ejército, quien encabezó una
improvisada ceremonia durante la cual declaró librado al servicio público el
nuevo puente y pronunció palabras elogiosas para con sus jefes y soldados por
el desempeño demostrado. Al finalizar los concurrentes entonaron el himno
nacional, tras lo cual las autoridades habilitaron el paso de vehículos en
medio de aplausos y bocinazos.
Ese
mismo día la comisión de vecinos había decidido homenajear a los militares con
una fiesta a realizarse el día siguiente en el “Hotel Carena”. Fue entonces que
aprovecharon la presencia del general Pertiné para extenderle la invitación.
Este aceptó el convite y otorgó un día de franco a la tropa, tras lo cual
regresó a Córdoba.
Para concretar el evento se solicitó colaboración a las
familias residentes y veraneantes, quienes gustosamente se sumaron a la
organización y aportaron dinero, exteriorizando de este modo su gratitud por la
diligente tarea realizada que permitió, en un plazo brevísimo, restablecer la
circulación por el camino nacional.
La fiesta
inició a las 17 horas del día 9 de febrero con la llegada de los invitados,
muchos de los cuales procedían de Córdoba y de Cosquín. Se hicieron presentes
una veintena de jefes militares, encabezados por el general Pertiné, quien
dispuso el traslado a Carlos Paz de la banda del Regimiento 13 de Infantería,
cuyos integrantes amenizaron la fiesta con diversas piezas musicales.
A las 19 horas se sirvió la cena a los
conscriptos en el salón principal del hotel, que había sido adornado con
guirnaldas y flores. Algunas damas de la sociedad cordobesa, de vacaciones en
la villa, sirvieron las mesas como gesto de agradecimiento.
Terminada la cena y la sobremesa, los
soldados se retiraron a su campamento mientras daba comienzo la recepción
organizada en honor a los oficiales directamente involucrados en la
construcción del nuevo puente: el teniente coronel Aníbal Montes, del comando
de la IV División, el jefe accidental del mismo, mayor Humberto Sánchez
Freytes, y el teniente Néstor Arana Isella.
Hubo palabras elogiosas de unos hacia
otros, y tras la cena vino el baile. Los festejos concluyeron a la madrugada
del día 10. Increíblemente, en apenas un día y medio todo había vuelto a la
normalidad y la temporada siguió su curso, quedando este episodio como una
anécdota que sería recordada por muchos años.
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