1916: El lago ausente
En octubre de 1916 una prolongada sequía azotó la geografía cordobesa. Se decía que era la peor en 44 años, es decir, desde que la Oficina Meteorológica llevaba anotaciones de estos fenómenos naturales. Las últimas precipitaciones del año acontecieron el 29 de abril, y desde entonces apenas habían caído 17 milímetros de lluvia, cantidad insignificante para cubrir las mínimas necesidades humanas y animales.
Con el inicio de la primavera y el consiguiente aumento
de las temperaturas la situación se agravó sensiblemente. Los campos,
usualmente llenos de verdor en esta época del año,se habían convertido en
páramos inhóspitos donde el viento arremolinaba a su antojo el polvoriento suelo.
La ausencia de flores y el silencio de los pájaros eran notables.
Ya meses antes los agricultores habían recibido la
arrasadora visita de las langostas, y ahora tenían que enfrentar los
desastrosos efectos de la sequía, resultando un golpe mortal a sus maltrechas
economías. La miseria comenzaba a ser palpable en pueblos y colonias agrícolas.
Por su parte, los habitantes de la ciudad capital
no la llevaban de arriba. La población sufría la escasez en grado extremo y el
problema del agua –o más bien la falta de ella- se había convertido en un asunto
de extrema preocupación para los poderes públicos. Todos opinaban sobre las causas
y posibles soluciones del problema: periodistas, funcionarios, legisladores,
científicos, especialistas en salubridad, y por supuesto, el público en general.
Pero los más preocupados eran los sanitaristas. El
agua disponible, captada del curso del río Primero en el paraje La Toma, no
solo era escasa, sino que además era turbia, maloliente y una sospechada fuente
de todo tipo de enfermedades. Incluso las clases fueron suspendidas ante el
grave cuadro sanitario.
En las serranías, los ríos y arroyos disminuyeron
drásticamente su caudal y el agua, sino exigua, desapareció de la superficie. Como
consecuencia directa, el lago San Roque fue disminuyendo progresivamente su
nivel y hacia mediados de octubre, su
lecho estaba casi seco.
Aprovechando esta circunstancia, la
Superintendencia General de Riego solicitó autorización para desagotar completamente
el embalse y proceder a la inspección de las tuberías de descarga y reparación
de las compuertas de los desarenadores, eterno dolor de cabeza para quienes
debían ocuparse de su funcionamiento. La autorización solicitada fue concedida
el 13 de octubre.
Escurridas las aguas, el barro acumulado fue
inmediatamente horadado por el río Primero que buscó seguir su curso original.
Por este motivo, aguas abajo, el curso se volvió barroso y los siempre temibles
remansos se convirtieron en charcas de asqueroso aspecto.Las versiones sobre
eventuales epidemias debido al estado calamitoso del curso generaron gran
inquietud.
El 3 de noviembre miembros del Círculo Médico,
científicos y periodistas, a bordo de un tren especial, se trasladaron hasta el
lugar para observar in situ lo que estaba ocurriendo. Es de imaginarse el
paisaje surrealista que encontraron: el barro expuesto, sometido al calor de la
época del año, nutrido con restos de vegetales y animales muertos, todo
putrefacto, emanaba un olor nauseabundo que resultó difícil de tolerar por los
comisionados.
El sábado 4 de noviembre, día en que don Carlos
Nicandro Paz festejaba su quincuagésimo cumpleaños, la imagen del lecho fangoso
de nuestro lago fue publicada en la primera plana del diario “Los Principios”,
agregando una dosis de dramatismo a la ya sensibilizada opinión pública.
Si nosotros hoy, acostumbrados a su sempiterna
presencia, contemplásemos un paisaje cuyo principal protagonista estuviera
ausente, no saldríamos de nuestro asombro. Sin embargo, en la corta pero
intensa vida del primer dique San Roque, estos acontecimientos, si bien no eran
frecuentes, tampoco resultaban extraños. Con el objeto de realizar reparaciones
en los muros y mecanismos de la presa, cual tina que se le quita el tapón, el
embalse se vació al menos en cuatro oportunidades: 1904, 1908, 1910 y 1916.
Cada vez que ello ocurría, como un fantasma que
regresa del pasado, emergían de las profundidades secas los restos del antiguo
poblado de San Roque, dando lugar a las más diversas leyendas.
Pero no hay mal que dure cien años y un mes después comenzaron las lluvias. A partir del domingo 3 de diciembre, un aguacero tras otro se desplomó sobre el territorio cordobés. Ríos y arroyos de la cuenca del San Roque incrementaron bruscamente su caudal y en pocas horas el embalse recuperó altura.
Felizmente, los trabajos de reparación habían
concluido diez días antes; las compuertas de evacuación y los desarenadores
funcionaban perfectamente. El agua tan deseada como evasiva durante meses,
comenzó a correr por los canales maestros La sequía había terminado.
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