1918: Carnavales eran los de antes
En las primeras décadas del siglo XX los días de carnestolendas eran la ocasión propicia para liberar los espíritus inquietos, encorsetados por las normas sociales de la época. Los festejos duraban varios días y en ellos se volcaba tiempo, energía e inspiración creativa.
En los
ámbitos cerrados, tales como los clubes, salones sociales y cine-teatros, se
organizaban bailes de disfraces o de “mascaritas”, a los que concurrían
miembros de la clase media y alta de Córdoba. Los juegos con agua estaban
prohibidos, siendo reemplazada por el papel picado y serpentina.
En la
calle, la celebración asumía características populares. Los corsos y los
desfiles de carrozas adornadas con flores eran protagonistas de singulares
competencias. En la ciudad capital “la calle ancha” (Gral. Paz – Vélez
Sarsfield) era el escenario elegido para desplegar todo el ingenio y la
fantasía que ameritaba la ocasión.
Se
podría afirmar, sin temor a equivocarnos, que el carnaval era un evento sin
igual en el resto del año. Durante esos días de jolgorio las personas se
tomaban ciertas licencias y se comportaban de manera desinhibida. El tiempo
estaba dedicado a cultivar el hedonismo y entablar nuevas relaciones sociales. Eran
tan importantes los días de carnaval que toda actividad ajena se detenía o
ralentizaba.
VILLA CARLOS PAZ, VERANO DEL 18
En los
inicios de 1918 nuestra villa apenas era un pueblo de paso para quienes se
dirigían por carretera hacia el norte de Punilla, rodeando el lago San Roque.
El camino de Las Cumbres, pomposamente “inaugurado” tres años antes, aún no
estaba concluido, y por lo tanto el tráfico hacia el sur era restringido.
Los
límites imaginarios que podía tener esta primigenia villa turística abarcaban
una veintena de casas, no más. La finca “Las Margaritas” de Don Carlos Paz era
el centro de la población, y no solo por su posición estratégica en la
bifurcación de los caminos, sino además porque en ella se tomaban decisiones y
se resolvían cuestiones importantes de la pequeña comunidad.
Durante
la mayor parte del año las actividades los pobladores estaban dedicadas a las
tareas rurales, pero cuando se aproximaba la época veraniega, todo se
transformaba. A principios de diciembre comenzaban
a llegar los “turistas”, y con ellos, había mucho trabajo por hacer.
¿Quiénes
eran estos veraneantes? Gente de buen vivir. Miembros destacados de la sociedad cordobesa; comerciantes,
profesionales, militares, políticos, casi todos amigos de Carlos Paz, que
elegían pasar sus vacaciones en el pueblo alentados por su dueño y por otras
personas que ya habían construido sus residencias de veraneo o proyectaban
hacerlo.
Algunos
se hospedaban en “Las Margaritas”, ya que la casona era cómoda y los anfitriones
muy gentiles. Todavía no había hoteles ni pensiones, así que alojarse en la
casa del dueño del pueblo por períodos cortos era la opción a la que muchos
recurrían.
Otros veraneantes
alquilaban alguna de las casas que Carlos Paz había construido para tal fin,
todas con las mismas características edilicias pero de distinto tamaño para así
adecuarse a la cantidad de ocupantes.
Finalmente,
había un grupo de privilegiados que ya tenían sus propias residencias,
levantadas en lotes que Don Carlos Paz les había vendido a la vera del camino
nacional. Sus casas se diferenciaban notoriamente del resto por su arquitectura
neocolonial.
Sea
cual fuera el lugar donde eligieran pasar sus vacaciones, todos tenían algo en
común: eran propietarios de un automóvil. Al encontrarse Villa Carlos Paz
relativamente alejada de la línea ferroviaria, el automóvil era el medio de
transporte que les permitía llegar hasta aquí. El viaje resultaba más rápido y cómodo que en
los años anteriores porque el camino de Córdoba a San Roque acababa de ser
macadanizado.
La
estadía de estos primeros turistas era prolongada. Algunos llegaban a
principios de diciembre y se retiraban a mediados de marzo; otros vacacionaban
“solo” dos meses. Todos traían una
familia numerosa y durante su estadía eran visitados asiduamente por familiares
y amigos de la ciudad, así que la cantidad de personas, carruajes y vehículos circulando
por las calles del pueblo durante el verano era bastante numerosa.
Mucha
gente buscando entretenimiento en un lugar que tenía poco para ofrecer. ¿Qué es
lo que hacían?
Durante
el día, los más jóvenes realizaban cabalgatas a lugares de interés y picnics en
las orillas del lago o de alguno de los arroyos que cruzaban el pueblo. Por la
noche, organizaban bailes que eran muy concurridos y servían de excusa para el
filtreo. De estas reuniones surgían nuevas parejas y amores clandestinos.
Por su
parte, los mayores gustaban reunirse a beber el té en la casa de alguno de ellos,
invitación que se iba alternando durante los días siguientes en la casa de los
demás. Por la noche organizaban veladas para cenar y conversar, las que en
ocasiones eran amenizadas por alguien con dotes musicales, de canto o
declamación.
Casi todos
compartían la pasión por un deporte de moda, el “tennis”; así que improvisaban
canchas para jugarlo durante toda la temporada.
LA VISITA DEL REY MOMO
Pero
sin duda, uno de los eventos más esperados por los veraneantes era el Carnaval.
Su proximidad en el calendario creaba gran expectativa en todos ya que se
trataba de una ocasión propicia para salir de la rutina.
La
organización de los festejos quedaba en manos de un grupo de “notables” que se
esmeraban por preparar actividades entretenidas que incluyeran a todos, tanto a
los residentes como a los ocasionales turistas.
En el
pueblo no había salones, ni clubes, ni siquiera un hotel donde festejar como
ocurría en otras poblaciones de Punilla tales como Cosquín, Valle Hermoso, La Falda, Huerta Grande y Capilla del Monte. Por
lo tanto los organizadores debían apelar al ingenio, intentando recrear, aunque
fuera en pequeña escala, los festejos que se realizaban en otros lugares más
importantes.
Veamos
lo que nos hace conocer sobre estos preparativos un corresponsal oficioso del
diario “La Voz del Interior”, cuya nota fue publicada el 9 de febrero de 1918:
Como
vemos, resulta sorprendente que en un pueblo tan pequeño se tomaran tan en
serio el festejo de estas fiestas paganas, que cobraron una dimensión mayor con
el surgimiento de los grandes hoteles en los años siguientes.
La
nota también nos revela que las celebraciones estaban diferenciadas según la
clase social a la que pertenecían los convocados. La integración era horizontal
pero no vertical. El “pueblo” festejaba con el pueblo y la “gente distinguida”,
entre ellos.
CARNAVALES DE CALENDARIO
Lamentablemente, en nuestra ciudad el interés por estas celebraciones ha ido decreciendo con el tiempo. Los corsos y los desfiles de carrozas abandonaron las calles, y las “guerras” con agua que enfrentaban sexos opuestos en los barrios ya no arrojan víctimas mojadas.
Los
festejos de carnaval quedaron acotados a los ámbitos cerrados o exclusivos,
tales como las discotecas y clubes nocturnos. Y aunque su vigencia fue
recuperada en el calendario, ya no tienen el brillo ni contagian el entusiasmo
de épocas pasadas.
Esporádicamente,
alguna comparsa llegada de otras tierras nos recuerda que estamos en carnaval. Pero
ahora somos meros espectadores de la alegría ajena. Lástima. Una tradición, como
tantas otras, que se ha perdido. Carnavales eran los de antes!
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