1962: El abrazo plasmático que hizo historia

Dentro del oscuro baúl, acurrucado en posición fetal, viajaba el hombre más buscado de Córdoba. Soportando el viento frío que se filtraba por los intersticios de la carrocería y aguantando las sacudidas del camino, dejó volar su imaginación.

Se le antojó que aquella situación, de alguna manera, tenía semejanza con el cambio suscitado en su vida. Ese incómodo receptáculo que lo cobijaba y a la vez lo ocultaba, no era otra cosa que su vientre materno a punto de parirlo como un Hombre Nuevo, o renovado en este caso. Un enviado de los seres descarnados cuya misión en este mundo apenas comenzaba.

Los acontecimientos ocurridos desde el día señalado eran las contracciones de ese parto. El Hombre Nuevo estaba naciendo pero aún faltaba completarse. Era un proceso largo y doloroso, plagado de dificultades, de pruebas que debía superar; como lo había hecho antes, como lo haría en el futuro.

Meses atrás había decidido abrirse al mundo, iniciar la tarea ciclópea para la cual se había preparado. Armonizar a la Humanidad. Esa era su misión en este mundo. Para eso había sido elegido, como otros antes que él a lo largo de la historia. Y como ellos debía sufrir el escarnio, la incomprensión, la persecución, el encarcelamiento. Era inevitable, era su destino, era su karma. Lo aceptaba con resignación y orgullo.

Muchos se le oponían. Pero muchos, muchos más lo comprendían, lo buscaban, lo seguían, confiaban en él, le tenían fe. La fe no necesita de explicaciones. La fe prescinde de la razón. Se cree o no se cree, o como dicen en el segundo caso, se revienta.

Se le había prohibido volver a Carlos Paz. ¿Cómo era eso posible? Él no había violado ninguna ley pues ninguna ley había sido escrita que prohibiera la sublime misión de armonizar a las personas, quitar las penas de las almas sufrientes. Se lo acusaba de ser un embaucador. ¡Cuánta injusticia! Él solo era el puente entre la fuente del bienestar y la gente. Un agricultor espiritual sembrando semillas de luz.

No señor. Él volvería a su pueblo, a su casa, a sus amigos. De hecho estaba volviendo. No habría policía, ni fiscal, ni juez, nadie que se lo impidiera.

Ensimismado en estos pensamientos estaba cuando las voces de sus amigos, que le sonaron extrañamente metálicas, le advirtieron que se acercaban al control policial. El ronroneo del motor y la inclinación de su incómodo alojamiento le hicieron comprender que estaban descendiendo la pendiente de El Cajón. De tanto en tanto el conductor aplicaba los frenos y la inercia lo hamacaba de atrás para adelante.

El auto fue disminuyendo su velocidad hasta que finalmente se detuvo. Escuchó atentamente. Documentos por favor. Ruidos inescrutables, movimientos, silencio. Imaginó lo que estaba sucediendo. Caras adustas leyendo uno tras otro los nombres que figuraban en esas libretas marrones, algunas impecables, otras ajadas.

Ojos inexpresivos comparando las fotografías que tenían delante con los rostros de aquellos hombres que se esforzaban por disimular su nerviosismo. No, el prófugo no estaba entre ellos. Sigan adelante, buenos días.

El vehículo continuó su marcha. La alegría se apoderó de sus ocupantes. Todo había salido bien. Aquellos policías no podían imaginar que el prófugo había pasado por delante de sus narices sin ser advertido, que había burlado tontamente el control impuesto.

Minutos después ingresaron a las cocheras del Hotel Yolanda. El baúl fue abierto, y su ocupante, con la agilidad propia de sus 33 años, saltó fuera. Su rostro irradiaba alegría. Abrazos, chistes, risas. Un momento que todos recordarían. Ya estaba en casa. Pero las emociones recién comenzaban.

La noticia de su presencia en la villa corrió como reguero de pólvora. No era para menos. Todos, o casi, esperaban su regreso. Lo había prometido y cumplió. Vayamos a buscarlo!

Señor, sabemos que está aquí, queremos verlo, hablar con él, saludarlo. Imposible, aquí no se encuentra ¿Quién se lo dijo? Solo es un rumor. No sabemos nada.

Poco a poco las personas se fueron reuniendo frente al emblemático hotel. Algunas se acercaron por curiosidad, las más con expectativas. Desconcertadas al principio, cuando comprobaron de que estaba dentro, su entusiasmo alentó al resto.

El gentío se fue incrementando y pronto decenas y decenas de personas de toda condición social ocuparon las calles y veredas céntricas.

Muchos habían venido de lejos con la esperanza de verlo, de que su poder remediara los males que los aquejaban. Para eso lo esperaban. Y él no los había defraudado.

Allí estaba. No pasó mucho tiempo para que alguien gritara su nombre. Otras voces se le sumaron reclamando su presencia. No se podía evitar lo inevitable.

        Alentado por el fervor popular, el demandado salió a uno de los balcones del piso alto del “Yolanda” y saludó al gentío, agradeciendo a viva voz el apoyo de sus seguidores. El frío del invierno se disipó al calor de la muchedumbre que lo vivaba.

        Gesticulando con sus brazos en alto se parecía mucho a un candidato político en plena campaña electoral. Su imagen quedó registrada para la posteridad en un corto film que se ha reproducido infinidad de veces a lo largo del tiempo.

Era el sábado 21 de julio de 1962 y nuestro personaje, Jaime Press.

 


Y un día volvió a casa

Pocas personas han sido tan controversiales como Jaime Press, y pocas le dieron a Villa Carlos Paz tanta trascendencia nacional e, incluso, internacional.

Durante la década del ´60 y hasta mediados de los ´70, fue el mejor propagandista que tuvo nuestra ciudad, por mucho que les pese a quienes pugnaron por echarlo. Su presencia -y aún ausencia- ocasionó todo tipo de manifestaciones públicas, tanto a favor como en contra. Podía creerse en él, podía repudiárselo, pero ignorarlo jamás. Fue denunciado, censurado, perseguido, encarcelado, prohibido, pero nada de ello fue suficiente para que miles y miles de personas, aquejadas por todo tipo de males físicos, sintiéndose “abandonadas” por la ciencia médica, creyeran en sus poderes sobrenaturales y acudieran en masa a su auxilio.

En diciembre de 1961 fue arrestado por primera vez por ejercicio ilegal de la medicina y se le prohibió residir en Carlos Paz hasta definir su situación judicial. Debido a la numerosa cantidad de personas que reclamaban su presencia, Jaime Press anunció sus intenciones de regresar a la villa. Ante sus dichos se lo declaró en rebeldía y se impuso un cerco policial para evitar que volviera.

Pero el 21 de julio de 1962 sus amigos lo escondieron en el baúl de un automóvil y lograron sortearlo. Su presencia en Carlos Paz sorprendió a todos y generó una movilización multitudinaria en su apoyo. Un fenómeno social que se repetiría allí donde fuese.  El polémico “sanador” falleció cuando despuntaba el nuevo siglo, pero nos dejó su mensaje de esperanza y redención.

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