1919: La ley del revólver
por Jorge Enrique Etchevarne
Cuando nuestra ciudad comenzaba a consolidarse como punto veraniego, hacia fines de la segunda década del siglo pasado, no se destacaba, por cierto, por ser una villa de intensa vida social como sí lo eran las poblaciones beneficiadas por el ferrocarril, formidable factor de progreso que depositaba en ellas multitud de visitantes que daban vida a mansiones, hoteles, clubes y salones de fiestas.
Aquí,
en cambio, donde aún predominaba la rutina de las ocupaciones rurales, sus habitantes
llevaban una vida apacible hasta la llegada del verano, cuando las casas eran ocupadas por residentes
temporarios.
Entonces,
la tranquilidad pueblerina resultaba alterada
por bulliciosas reuniones familiares y eventos organizaos entre vecinos, tales
como pic-nics, cabalgatas, bailes,
ejecuciones artísticas y desafíos deportivos.
L os
principales sucesos tenían lugar en la
esquina donde se encontraba la casa de Don Carlos Paz, en el punto de
bifurcación del camino nacional que venía de Córdoba, y que, según la dirección
que se tomara, conducía a Cosquín,
cruzando los puentes del río San Roque, ó bien, en sentido contrario, a Mina
Clavero, sorteando las cumbres de Achala.
En
este sitio estratégico, donde se erguía el monolito de piedra inaugurado por el
gobernador Ramón J. Cárcano en 1915, hacia fines de 1918 se instaló un
bar-restaurant regenteado por los señores Teodoro Beaulieu y Camilo Rochil.
Villa
Carlos Paz estaba en la ruta de las mensajerías de Córdoba a Tanti y a Villa
Dolores, cuyos conductores detenían su marcha en este punto para recoger o
entregar correo, ascender o descender pasajeros, o simplemente, hacer un alto
en el viaje para descansar.
Con
astuta visión comercial, Bealieu y Rochil advirtieron que la cantidad de
viajeros que pasaban por el lugar iba en aumento, dado que los automóviles,
cada día más numerosos, facilitaban el acceso de los habitantes de la ciudad a
la belleza de los paisajes serranos.
El paso
de los viajeros, los turistas ocasionales, los residentes temporarios y los lugareños,
constituían una segura clientela para su emprendimiento, que siendo el primero
de su tipo en la villa, sería sin duda un éxito comercial.
Y así fue. Desde su inauguración, el
bar-restaurante “San Roque” fue ganando clientes de toda clase, y la demanda de
alojamiento convenció al señor Beaulieu de instalar allí mismo un hotel para
satisfacerla.
Era
una época de bonanza económica que favorecía a los emprendedores de todo tipo
de negocio. Además, Don Carlos Paz
acababa de asumir por segunda vez la Jefatura Política de Punilla, y con
seguridad, él respaldaría toda iniciativa que favoreciera el desarrollo de “su”
pueblo.
Este
fue el escenario donde se desarrolló un drama que bien podría inscribirse en
una serie televisiva del far-west norteamericano. Sucedió el viernes 12 de
diciembre de 1919, ya iniciada la temporada veraniega.
Era
media mañana de un día que pintaba caluroso. Entre la concurrencia del
restaurante “San Roque” se encontraba el hijo mayor de Carlos Paz; Carlos
Segundo. El joven se encontraba sentado en una mesa fuera del local.
Lo
atendía Ramón Cabrera. un policía franco de servicio que oficiaba de mozo para
ganarse unos pesos extras, ingreso que superaba por mucho el magro sueldo percibido
como representante de la ley.
Nunca
se sabrá el motivo, pero lo cierto es que se inició una acalorada discusión
entre Paz y Cabrera. La controversia fue subiendo de tono con amagues de
violencia física de ambas partes.
Cuando
los testigos que seguían atónitos los sucesos supusieron que el entredicho
terminaría a las piñas, Cabrera extrajo de entre sus ropas un revólver con el
que apuntó a su contendiente.
Ante
el cariz que tomaban los acontecimientos, Carlos Paz corrió a refugiarse detrás
del monolito de piedra, distante una veintena de metros. Entonces Cabrera
efectuó cinco disparos al hilo contra Paz, sin lograr dar en la humanidad del
fugitivo.
Alertado
por las detonaciones que provenían de la calle, el segundo hijo del Jefe
Político, José María Paz, salió de la casa paterna para averiguar lo que estaba
ocurriendo. En esas circunstancias Cabrera le descerrajó el último tiro del que
disponía, impactándole en una mano.
Al ver
a su hermano herido, Carlos salió de su providencial refugio y se trabó en
lucha con Cabrera, quien ahora estaba desarmado. Ambos hombres rodaron por el
suelo de la polvorienta calle, intentando someter el uno al otro.
En ese
momento apareció Rudecindo Paz, el tercer hijo de Don Carlos, el más bravo de
los hermanos. “Rucho” –apodo con el que se lo conocía- era fanfarrón, engreído
y pendenciero; y siempre andaba armado.
El
recién llegado no dudó; sacó su revólver y disparó tres veces contra Cabrera,
hiriéndolo gravemente en el pecho, el vientre y un brazo. El destinatario de
los certeros balazos se desplomó bañado en sangre.
Finalmente
el episodio concluyó sin otras víctimas; Cabrer, al borde de la muerte, fue
trasladado al Hospital de Clínicas de Córdoba, donde quedó hospitalizado. Los
hermanos Paz fueron detenidos por el subcomisario de San Roque, Zenón Olmos, y
conducidos ante el Juez del Crimen, doctor Díaz Garzón, quien les tomó declaración.
Tras
este episodio, los habitantes de la joven villa recobraron la tranquilidad de
su vida pueblerina, arrebatada en un día de furia. En cambio, Carlos Nicandro
Paz la había perdido para siempre.
Historia basada en una crónicas
periodística de la época
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